Tuve tu pocillo
de corazones sobre el armario todo el tiempo para que no fuera a romperse con
el uso. De manera indigna lo llené de ganchitos y basurita necesaria. Cuando me
fui lo llevé conmigo y lucieron lindos en él la aguapanela, el café y el
chocolate. Al final, cuando se rompió, no quise creer que simbolizaría nada y
me alegré por esa aguapanela caliente que bebí en el pocillo que me regalaste.
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